1.948.-Villarrodrigo, último rincón de nuestra Provincia. (BN; Camilo Amaro, Revista "Paisaje" Agosto-1.948, Número 51)
A la vista de la Sierra de Guadalmena, casi el punto en que concurren las provincias de Ciudad Real, Albacete y Jaén; sobre una suave loma de las estribaciones del macizo montañoso de las Sierras de Alcaraz, Guadalmena y Segura, que circunscriben una extensa campiña, más o menos accidentada, que riegan, en sus partes bajas, numerosos riachuelos, y los de más fuste, el Guadalmena y el Guadalimar, todos afluentes del Guadalquivir, se encuentra enclavado este pequeño y hospitalario pueblecito, ya poco andaluz, que, efectivamente, por su situación, parece ser el “último rincón de nuestra Provincia”.
En «arribada forzosa» o. mejor, como náufrago de la tempestad que asoló nuestra Patria durante la triste célebre guerra civil, el oleaje enfurecido de aquel mar tumultuoso y triste en sangre me arrojó a aquella playa de salvación, que supo darme hospitalidad, confianza en que aún era persona y cariño para mitigar la nostalgia por mis seres queridos, a más de 200 kilómetros de mí. Allí, rodeado de muchos y muy buenos amigos, hice una vida de campo, en todas sus manifestaciones, y vi que aún quedaban en la España irredenta corazones que hacían honor, en su nobleza, a la de los antiguos hidalgos castellanos.
En aquellos días de mi destierro pude muy bien haber escudriñado la historia de aquella simpática villa, desde el origen de su nombre; pero las preocupaciones de mi persecución, juntamente con los recuerdos familiares, me desviaron de lo que siempre ha sido en mi una afición arraigada, que hoy daría, con gusto, como todo cuanto puedo, a esta revista PAISAJE. Sólo dos días en que el optimismo o el aburrimiento acicatearon algo mi modorra, hice esos apuntes que adornan estas páginas, de lo que de relieve hay en el pueblo. En estos dibujos se destaca, tanto, que su cara principal da a la plaza, un gran torreón, de forma cuadrada, cubierto, de buena construcción, de piedra labrada, que debió de ser el baluarte causa de la fundación de la villa, de origen y estilo no árabe; pero que en esta época fuese reconquistado por un Rodrigo que ignoro si fuese alguno de los que destacan en la Historia, o un guerrillero de poco nombre, que su hazaña no le dio más título que inmortalizar su nombre, aunque sólo fuese de una forma indeterminada. Destaca también la iglesia en conjunto, y, sobre todo, su torre, cuadrada, con remates platerescos, con sus cuatro huecos, por aquel entonces, cual órbitas vacías, de aquellas campanas, cuyo tañido congregó durante siglos a los fíeles, rudos y nobles en sus pasiones y sencillos en sus costumbres de égloga, a la sombra de aquellos recios muros; no pensando, quizá, más que en el sudor con que regarían, cada día, el fértil suelo para arrancarle el bienestar común y el engrandecimiento de su señor. Y por último, una vista general, tomada desde una altura, que revela lo ameno y pintoresco del paisaje con la Sierra de Guadalmena al fondo, y el valle intermedio, que riega con otros, el río del mismo nombre.
Estos dibujos son, sin que haya intentado reproducirlos ni modificarlos, por no quitarles su autenticidad, aquellos que hice en aquellos días, tristes entonces, por mi precaria situación, y que recuerdo con placer, porque tenía menos años y más ilusiones que hoy o, quizá, sólo por aquello de Jorge Manrique:
... Como a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado
fue mejor ...
No me mueve más, con estos párrafos desaliñados, que, en prueba de agradecimiento, vean aquellos buenísimos amigos que les dedico un recuerdo a ellos y a su pueblo; que elogio la belleza, la fertilidad, la riqueza, la hospitalidad, sencillez y nobleza de su suelo y de sus seres; y que si bien de “acá para allá” es el “último rincón”, tomado al contrario, es la puerta de entrada a nuestra Provincia de la corriente de riqueza de las otras tan estimables que la limitan.
Y por último, es mi propósito que si llega por allí esta simpática revista, vean que se estima desde ella todo cuanto es suelo provincial, que se aficionen a su lectura y que si llega a manos de mis queridos amigos, D. Guillermo Marín y D. Pablo Cuenca, este número, como más capacitados, se molesten un poco en narrarnos la historia de aquel su pueblecito serreño, cuya narración yo leeré con verdadero deleite, porque no dudo será bien acogida para su publicación por el siempre benévolo y entusiasta defensor de los valores de nuestra Provincia, el director de Paisaje.
Camilo Amaro
Huelma, agosto, 1.948
Ilustraciones del autor.